Estoy lejos, lejos, pero tan pero tan cerca de la verdad. El agua lava, la sal limpia y las olas remueven el inconsciente, lo chocan, lo hacen golpearse con los muros reales; no utópicos, no crédulos, no enamorados, sino los fácticos, secuenciales, los que siguen un orden lógico verídico y tan palpable.
Veo tanta novedad, desde un lugar tan nuevo y frío, frío pero cercano y no molesto. Entiendo desde esta cercanía, que hace tanto que quería retomar su familia, sus amigos, su carrera, su vida, que de verdad estaba esperando un motivo para poder volar con gracia y sin retorno. Lo veo tan de cerca que ya no quema. Veo también que su amor no acabó ese 15 de octubre, sino mucho pero mucho antes; veo días, eventos, recuerdo palabras, frases que ya no arden, enlazo todo y formo una película que veo desde un sillón y no desde la pantalla.
Tardé, demoré en darme cuenta realmente las ansias y el bienestar que debe sentir al retomar lo que siempre realmente quiso, su vida de a uno y no de a dos, su ser individual y finito y no la trascendencia del día a día con un otro, el vivir en la mente de otro cada segundo de su existencia –no, esperen, eso hasta el día de hoy lo ha tenido, pero no el calor que brinda ese fuego amarillo-.
De uno a dos, de dos a uno-en-par, de ahí a uno / uno. Finalmente es todo como el mar… olas se encuentran, se juntan, formas olas más grandes y bellas, que quieren ser aguas eternas para siempre, pero al llegar a la orilla solo desean volver al mar, a su madre tan vasta y siempre presente. A veces la otra ola buscará a su compañera para retomar aventuras, a veces la otra vuelve, a veces la otra ya es nube, y la otra tal vez es lluvia, lluvia que no para, hasta que no hay más que llover y sale el sol. Y los recuerdos, las historias, las tormentas y las risas vuelven al mar, abiertas a las mareas que deparen la voluntad de su inconsciente.